martes, 16 de noviembre de 2010

Somos muy de papel

Hace unos días tenía que presentar unos papeles en la universidad para pedir una beca. Entre todos ellos (los habituales, los inusuales, los que cambian cada año…) me pidieron un certificado de convivencia. Genial…  ya me veía horas y horas en las oficinas del Ayuntamiento para conseguirlo. Un rollo, ¡ya se sabe!

El caso es que llegué allí y mi sorpresa fue ver en la entrada dos maquinas enormes y rojas bajo el letrero “trámites”. Como la cola era mi única alternativa, y esta ya era lo suficientemente larga como para que no me importase una persona más o una persona menos, decidí ir a averiguar qué escondían estas máquinas.

Después de apretar varias veces la pantalla táctil conseguí llegar a un apartado donde podía pedir el famoso certificado. ¡Ue! ¡No hacía ni 5 minutos que había entrado en un edificio funcionarial y casi, casi, estaba saliendo! Por desgracia, el “casi, casi” no lo había tenido muy presente en mi pensamiento. Cuando solo me quedaba un paso, un formulario mecanizado me pide el DNI electrónico. ¡Espera! ¡Lo tengo! Qué alegría saber que el haber perdido mi documento, y haber tenido que estar toda una mañana para renovarlo, me servía en el día de hoy para devolver a mi vida parte de ese tiempo.

Estaba viviendo un momento idílico-utópico que solo puedes experimentar en una oficina de la administración pública cuando tardas mucho menos de lo que habías planeado, sin incluir el tiempo exageradamente de más pero necesariamente realista que calculas, y consigues hacer tus trámites sorprendentemente rápido. Pero todo no podía ser tan idílico-utópico… Después de introducir mi DNI, el gigante rojo me pedía la contraseña. Claro, mi cumpleaños… claro, no puede ser mi cumpleaños porque está en mi DNI. El primer error me indicaba que solo me quedaban dos posibles errores. Fue entonces cuando el horror burocrático volvió a mi mente. Que si más colas, más lentitud, ¡que si más de todo menos de lo que necesitas! Volví a poner mi cumpleaños, por aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra (y la mujer también), por si me había equivocado en algún número. El segundo error me indicaba, de nuevo, que me quedaba tan solo una oportunidad. Piensa, piensa, piensa.

Resignada, volví a la cola que, para mi sorpresa, había avanzado un par de personas. Cuando por fin llegué al mostrador, una mujer muy simpática me entregó en menos de un minuto el famoso certificado. Le comenté mi experiencia con su nueva maquinaria y el reclamo de la contraseña. Con cara de “no eres la primera”, la mujer me explicó que la contraseña está en un papel que te dan cuando te haces el DNI digital y por mi cara de “¿un papel?”, su expresión cambió a la de “nadie sabe dónde está ese papel”. Desde el mostrador miré a las dos grandes máquinas rojas que, a contraluz y al lado de la larga cola, nunca me parecieron tan solitarias como ahora.

Papel en mano, salí de la oficina mientras me preguntaba hasta qué punto estamos preparados para introducir este tipo de interactividad en nuestra vida y hasta qué punto nos dejan introducir esta interactividad digital sin atarnos a lo analógico de un papel. Al salir a la calle, me distraje sin tener aún ninguna respuesta y aquí sigo, reflexionando sobre ello.

2 comentarios:

  1. jajaaa, vaya historieta la tuya. Y es que es cierto; aun cuando se instaura el deseo (o apariencia) de modernidad, las plataformas no están debidamente desarrolladas como para que sean suficiente por sí mismas. Seguimos necesitando del(?)analócico: el funcionario de turno que funcionará o no dependiendo de la conexión :)

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  2. Gracias por tu comentario, bitbadlowbat!! Aún nos encontramos muy en lo analógico y dependemos de ello para dar el siguiente paso! Tiempo al tiempo! D momento sigo buscando el papelito d mi DNI! Besos!! ;)

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